Páginas AFICIONADOS TAURINOS SIN ANIMO DE LUCRO
DE TOROS EN LIBERTAD
19.09.2013
Ante los debates de la nueva Ley sobre la Tauromaquia Llega la hora de la verdad para los socialistas
En la que sigue siendo la obra taurina más rotunda de la era contemporánea, la biografía de Juan Belmonte escrita por Manuel Chaves Nogales, en el capítulo titulado “El miedo del torero”,
se reproduce una conversación –que a vista de lector mitad parece
verdadera y mitad imaginaria– en la que autor y torero realizan unas
afirmaciones que siempre se han interpretado como el temor de Belmonte
porque algún día un Gobierno socialista acabara por prohibir los toros.
Para interpretar correctamente estos
pensamientos conviene, antes que nada, tener por delante dos elementos
principales. Primero y principal, el libro se escribe en una etapa ya
convulsa de la II Republica, a un año escaso del inicio de la guerra
civil. El segundo dato nos lo aporta Abelardo Linares, reconocido estudioso de esta obra, quien considera que en la génesis del libro se encuentra una conversación de don Manuel Azaña
con su amigo Chaves Nogales, para ofrecer un mensaje de calma a la
sociedad española a través de la letra impresa; ambos coinciden en que
la figura de Juan Belmonte, triunfador en la torería y hombre hecho a sí
mismo, podría ser un ejemplo de sencillez y aceptación de los propios
límites en un momento en el que se exaltaban las personalidades
violentas. Se trata de un objetivo que luego, cuando se lee la
biografía, en efecto subyace en muchos de sus pasajes.
Es en ese contexto de autor y
circunstancias en el que Belmonte expresa su temor de que a lo mejor
algún día a un Gobierno socialista se le ocurra prohibir las corridas de
toros. Probablemente se trata de una afirmación profundamente
influenciada por el clima social y político que en aquellos momentos
vive España, como bien se refleja en algunos capítulos, como en el que
se refiere a las incidencias vividas con su finca La Capitana.
Ni hoy España vive bajo aquel clima
social, ni el socialismo del siglo XXI se asemeja al que se daba en los
pasados años 30. Por ello, falsearíamos la verdad si trasladáramos
linealmente en el tiempo aquel contexto y aquella anécdota a nuestra
sociedad actual. Ni con las mayores dotes de adivinación pueden
imaginarse cuáles serían las palabras que hoy dijera Belmonte a este
respecto.
Sin embargo, aún asumiendo esas profundísimas diferencias, siquiera sea por el respeto que merece la figura del Pasmo de Triana,
no deja de llamar la atención que hoy se vuelvan a revivir esos temores
a lo que pueda hacer y no hacer el socialismo español con la
Tauromaquia.
Nos falló estrepitosamente en Cataluña,
donde si hubiera tenido un compromiso y una convicción más firmes,
podrían haber evitado una prohibición como la que preocupaba a Belmonte.
Y nos están volviendo a fallar ahora, cuando de nuevo se ponen de
perfil, en el momento en que se vislumbra lo que puede ser una nueva era
para la Tauromaquia, con su reconocimiento como hecho cultural con una
identidad propia y como parte de nuestro patrimonio común.
Como ya hicieron en el Parlamento
catalán, y más recientemente repitieron en Galicia, a lo largo de todo
el proceso que viene siguiendo la ILP de la que nacerá la nueva ley
sobre la Tauromaquia, los representantes socialistas se vienen limitando
a un eclecticismo profundo, en el que conjugan básicamente el “si pero
no”, como si de esta manera fueran a salir limpios de unos debates en
los que temen dejar demasiado hueco con esa izquierda más radical que le
pisa los talones y viven bajo una obsesiva preocupación de no conceder
respiro alguno a la mayoría gobernante.
Si se repasan los diarios de sesiones,
tanto de los plenos como de los desarrollados en la Comisión de Cultura,
encontramos ejemplos evidentes de esta posición, diríase que
pusilánime, en la que ni se oponen ni apoyan, sino que buscan quedarse
en la tierra de nadie, acudiendo a mil distingos puramente dialécticos.
No parece importarles que con ello
incurran en profundas contradicciones con sus propias actuaciones,
porque no puede olvidarse que han tenido actuaciones realmente
importantes para la Tauromaquia en el Gobierno autonómico de Andalucía,
como antes hicieron cuando dirigían el de Castilla La Mancha, por
ejemplo. Sin ir más lejos, en ambos casos constituyen verdaderos modelos
de lo que puede hacer la televisión pública por la Fiesta.
Pero ni siquiera tratan de no incurrir
en una profunda incoherencia, porque fue el actual líder de la Oposición
y el Gobierno entonces dirigido por Zapatero quienes dieron el paso
decisivo para que todo lo taurino pasara a tener la consideración de
Cultura.
Cuando ahora comience la fase final de
la tramitación parlamentaria del nuevo proyecto de Ley sobre la
Tauromaquia les va a llegar, les guste o no, su hora de la verdad.
Veremos así si sacan a relucir el pensamiento de la izquierda que
históricamente les ha sido más próxima, en cuyas filas se localizan
muchos y solidos intelectuales defensores de los valores de la
Tauromaquia –sin cuyas aportaciones resultaría muy difícil construir un
discurso cultural sobre la Fiesta–, o si por el contrario prefieren
mantenerse en el actual nihilismo taurino.
Lo único seguro es que lo que ahora
hagan les acabará de marcar definitivamente en este tema. De poco
valdrán entonces que desde la periferia hagan luego actos de fe taurina;
carecerán de la necesaria credibilidad para que se les tenga en cuenta.
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