¿Qué esconde la emoción de la velocidad? El toreo. ¿Qué hay cuando termina la inercia de un cuerpo en movimiento? El toreo. Así lo creo y lo escribo. Siento propia la emoción de la movilidad fuerte de un toro en suerte cualquiera, formando parte indispensable de esta fiesta que necesita emocionarse. Pero creo que el
toreo mas hondo, el despacioso, el que deja lugar a tres olés un un
mismo muletazo, nace con el fin de la velocidad y la muerte de la
inercia. Esta corrida de Victorino, sin estrépito pero brava, sin explosión pero bastantes veces buena, negó la emoción de velocidad y, a cambio, entregó en dos toros la lentitud por hacer de las embestidas profundas. Uno de largura y sin permitir errores en la muleta sabia de Ferrera, cuarto. Otro cuyo pitón izquierdo tuvo la velocidad de los caracoles al pasar en la muleta torera del mejor Urdiales.
En esta feria de Bilbao ha habido mucho, muy bueno y de todo. Mucha bravura en movimiento, mucha raza,…quizá faltaba la bravura sin inercia, la embestida por descubrir, la bravura lenta del paso gateado y a ralentí del caracol. Bien presentada, fija y brava en el peto, pero sin alardear de ello, la corrida siempre tuvo más tensión que emoción . La tensión de procurar que rompieran para delante, no la emoción de los cites en velocidad.
Fue en el segundo toro cuando pasó el caracol. Bajo, abierto de cara,
de presencia correcta, tomó ya el capote bien por al pitón izquierdo
en el saludo de Urdiales. Y tuvo esa fijeza en el peto de toda la corrida, para esperar sin galopar en banderillas. Había que ganarle la cara.
Uno de esos toros que se agarran al piso sobre sus manos, que no tranquea para bien, no para mal sólo como identidad del encaste. Se frenó en los inicios de faena, luego de un torero comienzo sobre las piernas del de Arnedo. Como toda la corrida, no fue toro para “tocar” sino para enganchar
suave, en su distancia, traer suave, prolongar su embestida. Dos
tandas con la derecha vieron romper al toro más y más, pero fueron las
dos siguientes con la zurda donde pasó el caracol embebido en los vuelos de una muleta que viajó a esa misma velocidad para hacer el toreo,
lento, terminando el muletazo donde los vuelos le señalaban, no más
allá. Que buen toro y que buen toreo, visible, hondo, dormido, con un
final a dos manos bello. Salió tropezado del embroque defectuoso con
la espada, libró la cornada, y sólo hubo una oreja.
Ese toro y el cuarto, estrecho de sienes, cara para adelante y para arriba, bajo y largo, para Ferrera,
fue otro que la quiso seguir. Bien lidiado por un torero que pasa por
un momento de madurez, dando espectáculo en banderillas con ese tercer
par por dentro made in Ferrera, supo en contra la llave del tesoro de las embestidas del toro, frenadas en un principio: misma distancia y más bien larga, siempre, enganchar en vez de tocar, llevar largo, dejarla puesta y por abajo, y siempre el pitón izquierdo. Por ahí surgió una faena limpia, con varios muletazos lentos y de cadencia, de vuelos abiertos al final de cada pase. Una de esas faenas de torero conocer del encaste y capaz, malograda por una estocada que hizo guardia.
El resto de corrida tuvo claves distintas, pero el caracol ya no asomó. Llovía
desde el segundo esa cortina de agua de Bilbao, para ver a un tercero
con tipo y cara de toro de otros tiempos, mirada de hombre, y que no
llegó a romper hacia adelante en la muleta de El Cid. Toro de fondo escondido, que tuvo posibilidad de romper pero no quiso. Ese y el sexo, de menos carácter, noblón, de trayectoria corta o insuficiente para el toreo de profundidad en otra faena dispuesta de El Cid. Un lote insuficiente completado con uno grande de caja y cuerpo al que Ferrera le supo buscar las vueltas con ese oficio que nos parece fácil y otro de nervio sobre las manos y el cuello, el peor, para Urdiales.
Se
arrastró el último en el final de una Grande Semana Grande que deja
mucho bueno en ese ruedo de color oscuro y gentes de buen talente. Una
feria superior a sus números en todos los sentidos, orgullosa y
profunda en la que hoy sentimos el toreo que se puede hacer cuando la
velocidad de los caracoles pasan, lentos y bravos, en los vuelos de una
muleta.
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