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viernes, 1 de noviembre de 2013

PAQUIRRI SIEMPRE EN EL RECUERDO

FRANCISCO JAVIER DOMÍNGUEZ.- Diario de Sevilla [Vía http://www.agudociudadreal.org/]


Lo que ocurrió en Pozoblanco aquel 26 de septiembre de 1984 pertenece a la leyenda. Una leyenda que ha crecido en torno a las múltiples preguntas que dejó en el aire aquel suceso. ¿Y si la cornada se hubiera producido en otro lugar? ¿Cómo fue la intervención del equipo médico? ¿Estaba en condiciones aquella enfermería? ¿Qué papel jugó la carretera? ¿Por qué estaba el torero tan confiado y tan decidido en su última corrida y en una plaza que entonces apenas tenía relevancia en el panorama taurino?, estos interrogantes no tienen respuesta. Ni la tendrán, pues todo lo que rodea a la tragedia de Paquirri forma parte del mito que el propio torero acuñó dejándose la vida en las astas de un torucho chico y en una plaza de tercera, como le ocurrió a Sánchez Mejías, Manolete o Joselito.

Logroño. Paquirri y El Soro comparten cartel con una corrida de toros de Buendía. Al diestro de Barbate le separaban 750 kilómetros de su trágico destino. El mes de septiembre es uno de los más intensos para los toreros. Los festejos, para las figuras, se suceden día a día y se convierten en una rutina. Sólo son conscientes de las tardes de más responsabilidad, que se alternan con las de los pueblos. No habían pasado las 21.30 cuando el BMW de Paquirri, junto con los coches de su cuadrilla, partía desde la capital riojana hacia Los Pedroches. Tenía por delante la última corrida de la temporada, la última de su vida.

Pozoblanco estaba en fiestas. La avenida Villanueva de Córdoba, donde se encuentra el hotel Los Godos, Hotel Los Godos. Aquí  se vistió de luces por  última  vez  Paquirri. Estaba desierta a las 04.20 del 26 de septiembre. La feria se instala cada año en el otro extremo de la ciudad vallesana. En el lujoso automóvil de Paquirri viajaban el torero, su hermano Antonio, que conducía, y el apoderado de Francisco Rivera, Juan Carlos Beca Belmonte. Los Godos era por entonces el único hotel de Pozoblanco. Regentado por la familia Jurado, contaba con un buen número de habitaciones, amplia cafetería, discoteca y una generosa fachada que daba vistas a las vías más importantes del municipio. El infortunado diestro reservó la 307, habitación cómoda y tranquila, en la que se había alojado el año anterior para participar en la triunfal corrida de Carlos Núñez. Paquirri, según consta en el registro del hotel, firmó la consigna de su puño y letra. Pidió que no le molestaran y se acostó. Además, su tío y mozo de espadas, Ramón Alvarado, pidió otras diez habitaciones para la cuadrilla y el equipo del torero. En una hora, el diestro de Barbate dormía plácidamente.

El sorteo de las corridas de toros se celebra, si no hay contratiempos con el ganado, a las 12.00. Los antiguos corrales de la plaza de Los Llanos eran incómodos y apenas cumplían con los requisitos mínimos de seguridad. Sus paredes, de granito y mortero de cal, no sobrepasaban los tres metros. Entrando por el patio de caballos había dos grandes cerrados para el reconocimiento, donde las cuadrillas enlotaban los toros para el sorteo. De ahí se pasaban, por una manga, a los chiqueros, no sin antes bajar por un angosto cerrado con el suelo de tierra. Cada encierro era una aventura para los vaqueros. Hoy, después de la remodelación de la plaza, llevada a cabo en el año 2001, la cosa ha cambiado para bien. Mientras la cuadrilla de Paquirri estaba en el sorteo, el torero bajó al comedor. Nadie le avisó ni le llamó. José Cubero El Yiyo ya estaba en el hotel con su cuadrilla. A las 12.30, comían en el amplio salón del hotel. El barbateño habló con ellos y pidió él mismo la reserva de las mesas para nueve comensales. "No nos gusta Avispado", dijeron los banderilleros que habían presenciado el sorteo, entre ellos el popular Rafael Corbelle. Esa misma tarde, a la hora de la comida, todos los comentarios negativos para la corrida de Sayalero los acaparó el número 9 de la camada de Sayalero y Bandrés. "Es un toro chico, pero tiene mucha cara". Este tipo de reses no gustan a los toreros por su movilidad y el peligro de sus astas. Son incómodos. Se prefieren más kilos y menos agresividad por delante. Avispado estaba empellejao –término con el que se define a los toros chicos con pocas carnes–. Además, ya por la mañana, según declaró después Corbelle, las cuadrillas hablaron de "la cara de asesino que tenía Avispado". Por si fuera poco, el toro se salía del conjunto de los demás, desigualaba los lotes. Ante el pesimismo de sus hombres, en la mesa del comedor del hotel, Paquirri aseveró: "Es igual, hay que matarlos a todos".

Hotel Los Godos, Antonio Jurado, uno de los propietarios del hotel, ofreció a Paquirri sopa, pero el torero respondió que sólo comería una tortilla francesa bien hecha y flan. Bebió agua mineral. Los demás componentes de la troupe de Rivera, una media botella de Valdepeñas con Casera. Una vez almorzó, se subió a la habitación para descansar. A partir de este momento comienzan las peores horas de los toreros. La mayoría no duermen aunque se echen en la cama, tienen pesadillas, el miedo se los come. Antes de vestirse había llamado a Isabel Pantoja varias veces. Las llamadas están registradas en el hotel. No pudo hablar con ella porque ella estaba durmiendo y su madre, que fue quien contestó a Paquirri, no quiso despertarla. Fue el mismo torero el que insistió en que la dejaran descansar.

Ramón Alvarado, el mozo de espadas, espera en el coche de cuadrillas. Paquirri, que se entretuvo llamando a Sevilla, tomó un café con leche mientras se vestía de torero y bajó de forma apresurada. Se les había echado la hora encima. A esas alturas de la tarde, los tendidos de la plaza de toros estaban ya hasta la bandera. Gentes de Pozoblanco, de la comarca, de Sevilla y de las provincias limítrofes –Badajoz y Ciudad Real– abarrotaban el graderío, por entonces sin numerar, del vetusto edificio de Los Llanos. A las 17.30, el torero de Barbate subió al coche de cuadrillas y a las 18.00 hacía el paseo junto a El Yiyo y El Soro. El ambiente era inmejorable. Todo parecía predispuesto para una gran tarde de toros, pero los buenos augurios se convirtieron en tragedia.

Paquirri, en Los Llanos. El patio de caballos de la plaza, antes de su remodelación, siempre se convertía en maremágnum de toreros, aficionados, mulilleros, carniceros y médicos. Todo el batiburrillo de personal se acercaba a los toreros cuando llegaban. Los aledaños de la plaza se colapsaban de tráfico. La gente hacía cola en los dos únicos accesos a la plaza que existían entonces. La enfermería compartía ubicación con la improvisada capilla. Paradojas de la vida. Luego, ni los santos ni el instrumental de aquella sala pudieron salvar la vida del torero. La estancia estaba compuesta por dos habitáculos: uno que hacía las veces de quirófano y el otro de habitación para convalecientes. Tenía dos camas y un calendario de publicidad ilustrado con el Cristo de las Injurias de Hinojosa del Duque. Nada más llegar, Paquirri se confesó –algo inusual en día de corrida– con el capellán de la plaza, Manuel Moreno Árias, párroco de San Bartolomé. Monumento a Paquirri. Real Plaza de Toros de El Puerto de Santa María

El paseíllo se realizó entre el delirio de los espectadores. Pozoblanco estaba en fiestas y la corrida de feria, que antes sólo se organizaba una, era uno de los acontecimientos del año en la ciudad, un lugar que ha evolucionado a pasos agigantados desde entonces. Acabado el paseo saltó a la arena el primer toro de Paquirri, Mosquetero. Animal incómodo, el torero de Barbate lo pasó como pudo en la muleta, pero la res cabeceaba y no se desplazaba. Se derrumbó un par de veces por su falta de fuerzas. El Yiyo y el Soro estuvieron muy bien en el segundo y el tercero. Agradaron por su juventud y soltura. El Yiyo demostró el buen momento que atravesaba y el valenciano armó un verdadero lío en banderillas. Paquirri, todo pundonor, no quería dejarse ganar la pelea y, pese a que ya venía de vuelta en la profesión, salió a jugársela en el cuarto.

Avispado salta al ruedo. Le costó salir del chiquero. Arturo Luna relata en su obra acerca de la tragedia que el toro recorrió la manga de toriles arriba y abajo sin encontrar la salida. Se pegó incluso contra las paredes. En Pozoblanco, ciudad ganadera, siempre gustaron las corridas bien presentadas. Sin embargo, la Fiesta, hoy, cuenta con una ley que nadie puede saltarse. Si se quieren figuras, nada de toros con trapío. Y menos en una plaza de pueblo. Eso es así. Por eso, en 1984 el público aceptaba que "ese becerro" se lidiará en Los Llanos. Paquirri lanceó de recibo mirando al tendido, algo inusual. Cuando acabó la tanda de verónicas, entre aplausos, el toro se fue en dirección al burladero de toriles, ocupado por el bueno de Rafael Torres, matador de toros y banderillero de la cuadrilla del infortunado torero.

De lejos, Rivera llamó al toro y éste se le coló, en lo que pareció un delantal, por el pitón derecho. En el tercer lance, Avispado volvió a avisar y en el cuarto izó a Paquirri por los aires. Los segundos se hicieron interminables. El torero se agarró al pitón del toro que, en cada uno de sus cabezazos, penetraba hasta lo más hondo de la humanidad de Paquirri. Nadie sabe precisar cuántos segundos mantuvo Paquirri su trágica danza. Más de 15 segundos, seguro. Las cuadrillas se echaron sobre la cabeza del toro, se la jugaron, pero el torero no se soltaba. En esos momentos, además, perdía sangre a borbotones. Para colmo, cuando el diestro cayó al suelo, los banderilleros que le llevaban a la enfermería se equivocaron de puerta y tuvieron que dar un rodeo hasta llegar a la mesa de operaciones.

El maestro Velázquez, junto a Paquirri la llegada a la enfermería, entre nervios, se hizo entre los aplausos del público. Paquirri oía su última ovación mientras el toro recorría el albero con la cara y el pitón llenos de sangre. Algunos espectadores se marearon. Las camillas corrían por el tendido para prestarles auxilio. Al tiempo, el torero estaba ya en una enfermería. Las imágenes de los consejos de Paquirri a los médicos dieron la vuelta al mundo. "Doctor, la corná es fuerte; tiene al menos dos trayectorias. Abra todo lo que tenga que abrir". Después tranquilizó. El corresponsal de Televisión Española en Córdoba, Antonio Salmoral, entró con su cámara en la enfermería. Aprovechó la bulla del principio. El documento es escalofriante. Durante esta primera cura de urgencia surgen las dudas. Beca Belmonte llama a Ramón Vila, cirujano jefe de La Maestranza de Sevilla y amigo del diestro, quien inmediatamente se pone en camino para Córdoba. La hemorragia, según los médicos en su día, se cohibió.

Se decide el traslado a Córdoba. La carretera es sinuosa. En la ambulancia viajaban, además del torero, el doctor Funes, el mozo de espadas, Alvarado, y el conductor del vehículo, Francisco Rossi. Tardaron 60 minutos por un trayecto en el que el resto de mortales, por aquellas fechas, se movía en márgenes de hora y media. Rossi se la jugó, pero a la altura de La Alegría de la Sierra, el torero se ahogaba.

La ambulancia para en la carretera. Paquirri nota que se muere. A su apoderado se le escapó un "que se nos va". Pero volvió en sí tras una reanimación. Reina Sofía quedaba muy lejos. Había que atravesar Córdoba. La solución era el hospital militar, a la entrada de la carretera de Badajoz. Pero allí, tras una reanimación, los médicos sólo pudieron certificar la muerte del torero. Eran las 21.10. Paquirri había perdido la batalla en la carretera.

Se produce la notificación oficial de la muerte del torero. Pasadas las 22.00, Isabel Pantoja llega al hospital y pide que le abran la capilla. No le dijeron que había muerto. Sólo que estaba grave. Instantes después, las monjas y los médicos le dijeron que a su marido lo había matado un toro. La tonadillera mantuvo la entereza, pero luego se derrumbó, según testigos presenciales.


El juez certifica el levantamiento del cadáver mientras un centenar de curiosos y de gentes del mundo del toro se acerca a las puertas para conocer el triste desenlace. Las emisoras comenzaron a dar la noticia, las rotativas de los periódicos de tirada nacional y provincial se pararon. Francisco Montesdeoca daba la noticia en una edición especial del Telediario. A esa hora, en Pozoblanco también se conocía la noticia. La Feria de las Mercedes se suspendió. Al día siguiente, 27 de septiembre, incluso llovió. Los teatros, cines y cacharritos de los niños levantaron el campamento. La novillada en la que iba a actuar Manuel Díaz, entonces Manolo, hoy El Cordobés, se suspendió. Pozoblanco saltó a la primera plana de la información, pero la muerte de Paquirri perjudicó a la imagen de la ciudad vallesana tanto que en menos de una semana se convocó una manifestación para reivindicar la dignidad de los vecinos.

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