martes, 10 de diciembre de 2013
Sepúlveda de Yeltes, camada 2014
Tras el herradero mostrado durante los días pasados, volvimos a Sepúlveda la mañana del 28 de noviembre, esta vez, para recrearnos con el ganado de mayor edad de la divisa charra en compañía de Ángel Tapia, mayoral de la ganadería.
“Red”, el pastor alemán centinela, fue el primero en recibirnos, siempre obediente y cariñoso. Al poco, rompe la tranquilidad del campo “Coco”, el famoso can ensabanado que días atrás posó torero para nosotros.
Saludamos a Ángel Tapia, el hielo y los grados negativos protagonistas del primer intercambio de palabras, -“sarna con gusto no pica”, dice el refrán.
Aproximadamente son trece los novillos del guarismo 0, afortunados ellos, pues llegarán a toros. –“Hemos tenido que quitar mucho ganado. Son pocos los que se pueden permitir mantener una camada larga en estos tiempos” nos explica el bueno de Ángel.
Curiosos y tranquilos los novillos-toros, aguantaban bien nuestros lentos movimientos al bajar del Nissan 4x4. Miradas atentas, y susurro del viento entre la flora, una delicia.
El número 45, bien hecho, algo acapachado de cuerna, muy en la procedencia de Daniel Ruiz. El 38, un “Atanasio” de pro; corpulento, carifosco y de morrillo astracanado, no cabrá ni un alfiler en sus cuartos delanteros el próximo verano.
Insistimos al mayoral, ¿será más de Daniel Ruiz, o de Atanasio romántico y conservador? –“Hemos llegado a un tiempo en el cual lo que te gusta importa bien poco. Hay que adaptarse y vender”. No nos lo quiso decir directamente, pero, a la vez, nos lo dijo todo. Más tarde, se arranca con lo siguiente: -“Cuando un Atanasio embiste, embiste de verdad”.
¿Se moderniza y avanza la tauromaquia, o tan solo transcurre a la deriva de las modas? Reflexiones que te vienen a la cabeza cada vez que escuchas las voces del campo, voces sinceras y profundas.
Continúa Ángel Tapia: -“Antes era distinto para todo, los tratos se cerraban con la mano. Ahora, casi tienes que exigir cobrar la corrida antes de embarcarla, por si acaso”.
Interrogamos al mayoral, natural de Castraz de Yeltes por cierto, sobre su misión en los tentaderos. Nos comenta que su labor reside en ejecutar el tercio de varas –“Desde el caballo enseguida ves cómo es la becerra. La que da vueltas de un lado a otro sin fijeza, ¡está vista! ¡Dejadla! Sin embargo la brava de verdad acude sin pensárselo”.
Le preguntamos sobre los porcentajes actuales de ambas procedencias. La presencia de la sangre de Daniel Ruiz es mayor en la actualidad que la del encaste de Atanasio Fernández, y posiblemente termine absorbiéndolo.
Es Sepúlveda una ganadería en la cual no se corren los toros, -“Antes no se corría el ganado en ningún sitio. Ni se caía, ni andaba falto de movilidad”. Razón tienes Ángel, asentimos ante tu contundente afirmación.
¡Se cansaron pues los novillos!, ya no posan para nosotros. Agudizan la carrera sorteando robles y fresnos, golpes de tambor entre pezuñas y verde pasto que le recuerdan a uno el temido momento previo a un buen Espante saucano, salvando las diferencias, claro está.
Vamos a por las vacas.
Nos explica Ángel Tapia en el trayecto, cómo su padre trabajó de mayoral durante años en casa del suegro del maestro “El Viti”. Ignorábamos dicha historia.
Cercado distinto, extraño y nuevo para el lote de madres que lo habita, pues acaban de llegar de “La Fresneda” (Zamora) hace poco más de una semana.
El hielo de la mañana hace mella en los becerros, aletargados se ponen en pie al divisarnos. Los dos curiosos perros no pierden ocasión para ir a olisquear a los pequeños, a lo que arrancan tres madres enfadadas hacia ellos. La chorreada hace más hilo, el reencuentro con sus queridos recentales ya es un hecho.
Sin embargo, una de ellas, veleta de cuerna y de pelo negro zaíno, queda mirando desorientada. No encuentra a su cría, hecho que nos desconcierta. Seguimos a lo nuestro y repasamos una a una a las madres, de tonalidades negras y rojizas (unas más encendidas que otras), las pintas blancas, también presentes, típicas del característico pelo burraco de la divisa charra.
Tras tirar varias fotos al mayoral con sus vacas de fondo, decidimos abandonar el cercado. Arranca el Nissan 4x4 y, de repente, surge uno de los momentos más bonitos que se pueden vivir en el campo bravo. Aquel recental que no encontrara la madre anteriormente citada, lo hayamos tumbado al amparo de un viejo alcornoque. Andando a pasos lentos y sin perder de vista el lote de vacas (por si las moscas), nos acercamos. Lentamente lo acariciamos y nos fotografiamos con él, o mejor dicho, con ella, pues es una hembra. ¿Quién sabe? Quizá una futura madre de la ganadería. Adormilada y entumecida por el frío no se levanta, seguro acudirá pronto su progenitora a darle protección.
¿Qué decir de la casa solariega de Sepúlveda de Yeltes? Hogar con sabor, si esas paredes hablaran posiblemente contarían que han acogido durante los duros inviernos meseteños a verdaderos hitos de la tauromaquia como Julio Robles o Pedro Gutiérrez “El Capea”. Nos enseña Ángel los tres toros de oro con los cuales la ganadería fue galardonada en los años 1984, 1985 y 1989, siendo ésta, la única divisa en conseguir el citado premio durante dos años consecutivos.
Fría y deshabitada muestra también cabezas disecadas de toros célebres, todos ellos “Atanasios”, como debe de ser.
La jornada concluye, es hora de despedirnos del paraje del Yeltes. También lo hacemos con Ángel Tapia, gracias por su paciencia y su simpatía en estos malos tiempos en los cuales criar toros bravos parece ser el último eslabón de la cadena, y el que menos importa al respetable.
Susurros del campo charro, susurros del campo bravo. De donde todo procede, donde todo tiene su comienzo. Laboratorio de genética brava, valores conocidos y a la vez ignorados, donde “de toros nos saben ni las vacas” y donde 2+2 no siempre serán 4, pero de donde siempre surgirá la verdadera esencia del toro.
Crónica: Jorge Rodríguez
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