Siempre estaba Alcorta
El mundo del toro deja poco lugar para otros héroes que no sean los toreros. Es así, pero no deja de ser injusto. El oro del traje de luces no permite ver en ocasiones la grandeza de otros personajes que rodean el mundillo.
El pasado 21 de marzo falleció Enrique Alcorta, cirujano durante muchos años del equipo médico de la plaza de Las Ventas, junto a los doctoresPadrós, y uno de los médicos taurinos más populares de Madrid.
Desde hace más de tres décadas, Alcorta prestó servicio médico a las decenas de festejos que cada verano se dan en el sureste de Madrid, una de las zonas con más afición a los encierros y capeas de España. Y uno de los centros neurálgicos de los recortadores, como demostró en las pasadas Fallas de Valencia el vencedor, el argandeño Rubén Fernández, Cuatio.
En su quirófano móvil, Enrique Alcorta atendía a los heridos a pecho descubierto: sin el apoyo de un gran equipo de cirujanos que lo arropase. Y salvó vidas. Salvó muchísimas vidas.
Su huella se aprecia, curiosamente, más en los foros de festejos populares y en las redes sociales que en los canales oficiales. En Twitter, por ejemplo, son numerosos los testimonios de recortadores, corredores, y banderilleros que se despiden del médico recordando su salvadora labor. Incluso han editado un sencillo vídeo en YouTube como homenaje. El domingo, sin embargo, la megafonía de Las Ventas, su plaza, se olvidó de Alcorta para pedir un minuto de silencio. Y tres días después del fallecimiento, no hay ni rastro de su figura en la web oficial de la plaza de Madrid.
Enrique Alcorta fue un grandísimo aficionado a los toros y a los festejos populares, Y así se le recuerda en muchos pueblos con afición, junto a la talanquera, con su rostro severo y cejas pobladas, en los vallados del encierro, a pesar de la cojera que le dejó la enfermedad.
Su sola presencia ayudaba a templar los ánimos en los momentos dramáticos de las cogidas. Sirva una anécdota como ejemplo. Hace ya muchos años, un muchacho despistado de 17 años sufrió durante un encierro una tremenda cornada en el abdomen con evisceración, en términos médicos. Hablando en plata: con parte del intestino colgando. El padre del chico tenía dos preocupaciones: saber si su hijo salvaría la vida y qué secuelas le podrían quedar. "¡A saber qué matasanos le habrá cogido en la enfermería!", decía el hombre, abrumado. Unas pocas palabras sirvieron para calmarlo, aunque sólo fuera relativamente: "No. Estaba el doctor Alcorta".
Un happy end: cuatro días después de esa conversación, el joven estaba en su casa y unos años después se convirtió en cirujano.
BLOG EL MUNDO
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