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viernes, 20 de septiembre de 2013

DE TOROS EN LIBERTAD


19.09.2013
Ante los debates de la nueva Ley sobre la Tauromaquia Llega la hora de la verdad para los socialistas

Taurología / Redacción

En la que sigue siendo la obra taurina más rotunda de la era contemporánea, la biografía de Juan Belmonte escrita por Manuel Chaves Nogales, en el capítulo titulado “El miedo del torero”, se reproduce una conversación –que a vista de lector mitad parece verdadera y mitad imaginaria– en la que autor y torero realizan unas afirmaciones que siempre se han interpretado como el temor de Belmonte porque algún día un Gobierno socialista acabara por prohibir los toros.

Para interpretar correctamente estos pensamientos conviene, antes que nada, tener por delante dos elementos principales. Primero y principal, el libro se escribe en una etapa ya convulsa de la II Republica, a un año escaso del inicio de la guerra civil. El segundo dato nos lo aporta Abelardo Linares, reconocido estudioso de esta obra, quien considera que en la génesis del libro se encuentra una conversación de don Manuel Azaña con su amigo Chaves Nogales, para ofrecer un mensaje de calma a la sociedad española a través de la letra impresa; ambos coinciden en que la figura de Juan Belmonte, triunfador en la torería y hombre hecho a sí mismo, podría ser un ejemplo de sencillez y aceptación de los propios límites en un momento en el que se exaltaban las personalidades violentas. Se trata de un objetivo que luego, cuando se lee la biografía, en efecto subyace en muchos de sus pasajes.

Es en ese contexto de autor y circunstancias en el que Belmonte expresa su temor de que a lo mejor algún día a un Gobierno socialista se le ocurra prohibir las corridas de toros. Probablemente se trata de una afirmación profundamente influenciada por el clima social y político que en aquellos momentos vive España, como bien se refleja en algunos capítulos, como en el que se refiere a las incidencias vividas con su finca La Capitana.

Ni hoy España vive bajo aquel clima social, ni el socialismo del siglo XXI se asemeja al que se daba en los pasados años 30. Por ello, falsearíamos la verdad si trasladáramos linealmente en el tiempo aquel contexto y aquella anécdota a nuestra sociedad actual. Ni con las mayores dotes de adivinación pueden imaginarse cuáles serían las palabras que hoy dijera Belmonte a este respecto.

Sin embargo, aún asumiendo esas profundísimas diferencias, siquiera sea por el respeto que merece la figura del Pasmo de Triana, no deja de llamar la atención que hoy se vuelvan a revivir esos temores a lo que pueda hacer y no hacer el socialismo español con la Tauromaquia.

Nos falló estrepitosamente en Cataluña, donde si hubiera tenido un compromiso y una convicción más firmes, podrían haber evitado una prohibición como la que preocupaba a Belmonte. Y nos están volviendo a fallar ahora, cuando de nuevo se ponen de perfil, en el momento en que se vislumbra lo que puede ser una nueva era para la Tauromaquia, con su reconocimiento como hecho cultural con una identidad propia y como parte de nuestro patrimonio común.

Como ya hicieron en el Parlamento catalán, y más recientemente repitieron en Galicia, a lo largo de todo el proceso que viene siguiendo la ILP de la que nacerá la nueva ley sobre la Tauromaquia, los representantes socialistas se vienen limitando a un eclecticismo profundo, en el que conjugan básicamente el “si pero no”, como si de esta manera fueran a salir limpios de unos debates en los que temen dejar demasiado hueco con esa izquierda más radical que le pisa los talones y viven bajo una obsesiva preocupación de no conceder respiro alguno a la mayoría gobernante.

Si se repasan los diarios de sesiones, tanto de los plenos como de los desarrollados en la Comisión de Cultura, encontramos ejemplos evidentes de esta posición, diríase que pusilánime, en la que ni se oponen ni apoyan, sino que buscan quedarse en la tierra de nadie, acudiendo a mil distingos puramente dialécticos.

No parece importarles que con ello incurran en profundas contradicciones con sus propias actuaciones, porque no puede olvidarse que han tenido actuaciones realmente importantes para la Tauromaquia en el Gobierno autonómico de Andalucía, como antes hicieron cuando dirigían el de Castilla La Mancha, por ejemplo. Sin ir más lejos, en ambos casos constituyen verdaderos modelos de lo que puede hacer la televisión pública por la Fiesta.

Pero ni siquiera tratan de no incurrir en una profunda incoherencia, porque fue el actual líder de la Oposición y el Gobierno entonces dirigido por Zapatero quienes dieron el paso decisivo para que todo lo taurino pasara a tener la consideración de Cultura.

Cuando ahora comience la fase final de la tramitación parlamentaria del nuevo proyecto de Ley sobre la Tauromaquia les va a llegar, les guste o no, su hora de la verdad. Veremos así si sacan a relucir el pensamiento de la izquierda que históricamente les ha sido más próxima, en cuyas filas se localizan muchos y solidos intelectuales defensores de los valores de la Tauromaquia –sin cuyas aportaciones resultaría muy difícil construir un discurso cultural sobre la Fiesta–, o si por el contrario prefieren mantenerse en el actual nihilismo taurino.

Lo único seguro es que lo que ahora hagan les acabará de marcar definitivamente en este tema. De poco valdrán entonces que desde la periferia hagan luego actos de fe taurina; carecerán de la necesaria credibilidad para que se les tenga en cuenta.

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